Cuaderno para comadrear/3
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Bajo los árboles de choch y de zapote, bajo la luna casi llena, en el patio de una de las mujeres más combativas de uno de los pueblos mayas más combativos, junto al taller de bordado familiar y cerca de la albarrada, con viento de cuaresma y cerca del 8 de marzo, se armó sabroso el comadreo:
“Todas somos Susana” es el título del tercer cuaderno que reúne historias de mujeres a quienes los tribunales han negado justicia y hace referencia a la casta Susana del relato bíblico, acusada falsamente y condenada por los jueces que intentaron abusar de ella.
El cuaderno también hace referencia a la casta Susana, el informe de Indignación que documenta casos de violencia de género y, a través de ellos, la práctica imposibilidad de las mujeres de acceder a la justicia en tribunales de Yucatán.
En el patio de una de las mujeres más combativas, las comadres que han encabezado diversas batallas a favor de su pueblo, asentían al escuchar los casos como si los conocieran en carne propia. Comentaban sus propias experiencias con respecto a la invalidez de las opiniones de las mujeres o a la falta de acceso a la tierra y a la propiedad o la violencia. Todas las historias eran propias. Todas somos Susana.
Durante dos horas las historias del cuaderno se multiplicaron. El cuaderno aportó las preguntas, los derechos y el acento en la responsabilidad del Estado.
(descarga el cuaderno apretando en la imagen de la portada)
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Un pedazo a manera de introducción permite asomarse al cuaderno. Se los dejamos aquí, junto con las fotos de la presentación en el patio de algún pueblo maya de la península en el que las mujeres han encabezado la lucha por la defensa de la autonomía.
Aquí pueden ver una selección de fotos
https://www.facebook.com/media/set/?set=a.10153044820616001.1073741834.339814451000&type=1
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Ven acá, comadre
El otro día estábamos comadreando en el Uay Ja y entró corriendo Doña Valentina, la vecina del xamán que es muy exigente y expresiva.
– Oigan ¿aquí hay alguien que me pueda ayudar?
– ¿Qué te pasa niña?
– Me llamaron para hacer justicia y cuando llegué me dijo el juez: ¿dónde está tu marido? Es con él la cosa.
– ¿A él le van hacer justicia?
– ¡No! Es a ti, pero no se puede si no está él.
– ¿Por qué, no tengo boca?
– Si pero estás casada y él es la cabeza de tu familia, hasta la biblia lo dice.
(…)
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Tiene una linda sonrisa y una mirada franca. Siempre está de hipil. Habla maya solamente. A veces la encontramos sembrando; con delicadeza mueve la tierra y acomoda la albahaca o la sábila o el epazote. A veces la encontramos friendo la tortilla en la sartén para hacer los panuchos o salbutes que sale a vender. Así ha crecido a sus hijos. El hombre se fue después de 30 años de golpearla, insultarla e incluso violarla. Y siempre amenazándola con sacarla de la casa. El juez de paz pensó que el caso le sobrepasaba, cuando la violencia llegó a la violación sexual. Él la persiguió y la agredió junto a la albarrada. Los magistrados no le creyeron la violación y, después de años con el caso en el Ministerio Público, cuando al fin se consignó ante el juez, el marido se amparó y los magistrados le dieron la razón al marido. ¿Por qué? Porque es mujer. Porque es maya. Porque es mujer y es maya en un mundo machista en el que el testimonio de las mujeres no tiene valor, ni con pruebas aportadas, como el dictamen sicológico.
Con M.A.R. pasó lo mismo, pero fue el Tribunal Superior de Justicia quien eliminó el delito de violación “porque no se comprobó la violencia” aun cuando el abuso ocurrió cuando M.A.R. era menor de edad, aun cuando el abuso se había cometido durante años.
Y ahora es la juez de Tekax, en otro juicio, la que exculpa al agresor.
Una se asombra de cómo los jueces pueden pasar por alto la rabia, la indignación, la dignidad herida, el dolor, la vejación. Pero los jueces pueden también acusar falsamente, tal como ocurrió contra Susana, en el relato bíblico de Daniel.
Y los jueces, también hoy, también en México, inventan delitos o encubren los que crean otras instancias, encubriendo a otras autoridades.
La Fiscalía, como en el caso de los feminicidios en Yucatán; la policía, cometiendo tortura sexual contra las mujeres de Atenco en lucha por defender su tierra; el Ejército, violando a Inés, a Valentina, encubriéndose a sí mismo; la propia familia, castigando la denuncia, exigiendo silencio; los propios compañeros de las grandes causas, abusando sexualmente de las compañeras, ocultando, exigiendo silencio; la iglesia, los sacerdotes, abusando de mujeres, niñas y niños; el ejido, cómplice de los hombres, negando a las mujeres reconocimiento de derechos sobre la tierra, saboteando el derecho a la propiedad de la familia; el delegado de Migración de Tenosique, abusando de una niña hondureña.
Son casos que nos han mostrado que en México los jueces nos condenan a las mujeres por el hecho de ser mujeres y exculpan y encubren a los hombres y a las autoridades que violan nuestros derechos.
Son casos que distintas organizaciones hemos tomado como ejemplo, para mostrar dónde están los problemas, para exigir justicia.
Son casos que queremos conversar entre nosotras, con otras mujeres, también con otros hombres, en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestros grupos, porque son casos que nos muestran el problema y, creemos que hablándolo, podemos enfrentarlo.
En la casa se encuentra también un juicio o un abrazo. En la casa se encuentra también la condena o el respaldo. En la casa se puede encontrar el impulso para seguir o la exigencia de silencio.
Valentina, violada por el ejército, fue abandonada por su marido y en su pueblo le recriminaban y la culpaban porque a raíz de su denuncia los militares podrían tomar represalias contra el pueblo, podía haber consecuencias.
A Paula sus tías llegaron incluso a golpearla por denunciar al abuelo que abusó de ella. Y su mamá declaró contra ella, para encubrir a su papá.
En Atenco, las mujeres fueron torturadas sexualmente. En sus cuerpos se libró una batalla contra el movimiento que defendía las tierras.
A todas ellas les falló el Estado mexicano. El gobierno las agredió o no las protegió; los tribunales, les negaron justicia, las condenaron, las revictimizaron.
Queremos conversarlo porque puede pasar en la casa, pero la obligación de garantizarnos una vida libre de violencia es del Estado, pero los gobiernos no cumplen sus obligaciones, no respetan, no garantizan, no previenen. Y somos nosotras las que vamos a exigirles que cumplan su obligación.
Queremos conversarlo porque puede pasar en la casa, pero no sólo por eso. Podría ser que nunca nos pasara a nosotras, pero en la casa, en la escarpa, desde que somos niñas formamos nuestro pensamiento escuchando a las tías, a las vecinas. Lo que escuchamos sobre una mujer sobreviviente de una violación (“ya le desgraciaron la vida”, “ella lo provocó”) forma nuestros silencios, nuestra palabra, nuestra manera de pensar. Y en una idea puede haber una gran fuerza, que puede ser una piedra que condena, una piedra que construye una albarrada o una fuerza que transforma y nos ayuda a vivir más felices, con mayor libertad, haciendo que se respeten nuestros derechos, nuestro cuerpo, nuestras ideas.
Las comadres indignadas
Aquí pueden ver una selección de fotos
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