“Crimen pasional”, “celos”, “relación tormentosa” son calificaciones que encubren el feminicidio que continúa y aumenta en Yucatán, ante la indolencia de las autoridades e instituciones responsables.
El caso de doña Prudencia Poot, asesinada el 12 de abril pasado, se suma a recientes asesinatos de mujeres que vivían violencia cometida por sus parejas o cónyuges hasta llegar al feminicidio y exhibe un aumento de la violencia de género en el estado de Yucatán.
Apenas en febrero pasado se dio a conocer otro caso de violencia feminicida en el que perdió la vida Gemma Guadalupe Castillo y también se divulgó como crimen pasional. Su esposo la mató y después se suicidó.
Doña Prudencia, de acuerdo con información que se ha divulgado, había denunciado anteriormente violencia de parte de quien ahora ha confesado que la asesinó.
La tolerancia que exhiben fiscalía y jueces hacia la violencia de género, la comprensión hacia los agresores, casi la disculpa cuando es motivada por celos, la sutil condena hacia la mujer que lo propició sea por su conducta o porque otorgó el perdón. La ausencia de una política que salvaguarde la integridad de la mujer y trate el caso precisamente como violencia de género, facilitando una atención integral e impidiendo la impunidad.
La negativa a otorgar órdenes de protección, la inacción del Instituto para la Equidad de Genero del estado de Yucatán, el tratamiento de los medios de comunicación con un lenguaje e imágenes que refuerzan estereotipos de género o que constituyen verdadera violencia contra la mujer, la ausencia de un observatorio de medios que detecte y llame a la corrección a dichos medios —función que también está entre las múltiples tareas incumplidas del IEGY— están profundizando la violencia que vivimos las mujeres en Yucatán, poniendo en riesgo la integridad y desalentando la denuncia.
No, no son celos. No es crimen pasional. Es feminicidio. Es violencia de género.